Cada vez que alguien me pregunta mi nombre deseo
mentir. Empezar a mentir y no parar nunca. Fabular. Inventar un nuevo
nombre, una nueva vida. Mentir. Explicar cosas que no son ciertas y ser
consciente de ello. Decir: estoy bien, me llamo Minerva, tengo 82 años.
Si, si, has oído bien, lo que pasa es que me hago mascarillas con yogur,
miel y levadura de cerveza. Cerveza. Decir: estoy fatal, me llamo
Olivia, tengo 28 años, acabo de ser madre, parí una tortuguita que tiene
tu cara y te echo de menos. Tambien puedo repetir mi nombre: Alma
Vlaminck, hasta que este me parezca cierto y no sienta que miento al
pronunciarlo. Pero: si yo no me llamara Alma de Vlaminck y me llamara,
por ejemplo, Anna Fritz o Teresa Panero ¿Mentiria entonces al decir que
me llamo Alma de Vlaminck, sin saber que no es cierto? Mentir. Y qué más
dá mi nombre, y qué importan mis raíces, y por qué es tan importante
decir la verdad...
Escrito en 2008 en Alma en Bougival, crónica de un viaje insomne
Escrito en 2008 en Alma en Bougival, crónica de un viaje insomne